Con algo de impaciencia, la observaba desde el pasillo mientras abría y cerraba placares inspeccionando el condo que ella esperaba habitar hasta completar su doctorado. El lugar estaba impecable, o así me parecía a mí. La ví agacharse y levantar unos papeles que desde mi distancia pude percibir eran dibujos, o pinturas; y después de barrerlos con la mirada los arrojo al tacho de basura que llevaba a la rastra. En el último placard se detuvo un momento, y alargando el brazo descolgó una solitaria percha que también había sido dejada atrás.
No era una percha común. Estaba forrada con un tejido rosa, y abrazada por una cinta que la recorría cruzándose a si misma para terminar en un pequeño moño blanco en el centro. Con lentitud, como si estuviera meditándolo, volvió a colocar la percha donde la había encontrado.
De regreso, le pregunté porque no había tirado la percha a la basura junto con las otras cosas. “Se es lo que se deja atrás” me dijo “y me apenó tirarla pensado a que delicada criatura pudo pertenecer.”
“Se es lo que se deja atrás.”
No le pregunté porque tiró a la basura esas cartulinas que en un primer momento pensé serian la obra de algún artista todavía no reconocido, pero la conozco bastante como para estar seguro de la sensatez de sus acciones. Sin ver supe que debía ser algo que no merecía ser conservado, ni recordado. Continuamos el viaje en silencio hasta llegar a casa, pero no pude evitar pensar en cuan cierto es que uno es lo que deja atrás.
Las cosas y las palabras que vamos dejando atrás son huellas de nuestra singular entidad como personas. Ellas quedan siempre por donde pasamos; son los testigos de nuestros pensamientos y acciones que revelan de donde venimos y a adonde vamos; y muestran con implacable objetividad lo que somos por dentro, y a menudo también lo que somos por fuera.
No importa donde se encuentre un individuo humano, la observación de mi acompañante se cumple con infalibilidad axiomática: “Se es lo que se deja atrás”, como creo haberlo confirmado en mis pasos por foros como éste, leyendo las cosas que las gente piensa revelada en lo que ellos escriben.
En casi todo foro de entrada libre--mas que en cualquier otra parte--se concentran los extremos de los sentimientos humanos y los humanos sin sentimiento, protegidos todos por el anonimato democrático de la tecnología. Es parte del precio de nuestro progreso. Allí se pueden atravesar las huellas de algunos con extraordinaria alegría de vivir con las huellas de otros consumidos por el odio y la frustración; las del romántico con las del vanidoso y sin propósito; y las de la lógica rigurosa con las del delirio flirteando con la locura.
Estoy completamente convencido que unos dejan atrás aportes que algunos, sino todos, querrán conservar; los otros tambien dejaran sus huellas mostrando, inexorablemente, la pobreza de su condición humana antes de ser descartados a la basura, como esas perversas imágenes abandonadas en un placard.
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