Wednesday, January 23, 2008

Nuestro Progreso Humano: I. ¿Realidad o Deseo?

Nuestro Progreso Humano: I. ¿Realidad o Deseo?

Con el discurso de apertura de Condolezza Rice en Davos frente al escepticismo mundial acerca de su confianza en que los Estados Unidos “continuarán siendo el motor del crecimiento económico” del mundo, reaparece una antigua controversia que ha preocupado por siglos a la mayoría de la gente.

¿Es el progreso humano una realidad, o solo una expresión de deseo?








La idea de “progreso” parece ser central y omnipresente en todas nuestras discusiones y acciones, y todos podríamos, en mi opinión, acordar que “progreso” significa ir hacia delante, avanzar, perfeccionarce. (Del latín Progressus. RAE). Pero, ¿cuanto acuerdo existe sobre el significado de avanzar hacia el perfeccionamiento? A travez de los tiempos ese “avance” hacia la perfeccion ha variado de significado desde un sublime perfeccionamiento espiritual hasta el mas absoluto perfeccionamiento físico y material.

Donde no hay consenso es en la apreciación de progreso, ¿Está la humanidad realmente progresando, o meramente expectante de su ocurrencia? ¿No estará nuestra civilización en franco proceso de regresión

Si el concepto de progreso significa que la civilización ha avanzado y continuará avanzando en el futuro en la dirección deseable, ¿no deberíamos saber con cierta precisión cual es el punto a donde se dirige? En esto también existe consenso, al menos en imaginar nuestro entorno social en un estado de desarrollo donde todos los habitantes puedan gozar de una existencia feliz.

Contrario a la opinión popular, el concepto de progreso es una idea relativamente nueva, y casi exclusiva de la cultura occidental. Hasta donde yo se, no existen indicios que las sociedades primitivas tuviesen idea ni imaginación alguna sobre la estructura de una civilización organizada. Podríamos decir que el hombre primitivo no tenía concepción de progreso o desarrollo en el sentido contemporáneo del término.

Aunque el hombre primitivo no careció de la aptitud para apreciar cambios con el paso del tiempo, el proceso histórico para ellos era no más que un recital de significados sagrados dentro de una percepción cíclica opuesta a la percepción linear del correr del tiempo. Ellos no poseían sensibilidad histórica, ni concepción secular del ideal de progreso social.

Los primeros indicios de la idea de progreso se la debemos a los griegos, quienes reconocieron el avance gradual de la humanidad desde su primitivo salvajismo hacia un estado de organización civilizada. Su concepción sin embargo, estaba plagada de dificultades debidas a sus teorías de degeneración y regeneración cíclicas de la raza humana, ellos creían estar viviendo un periodo de inevitable degeneración y decadencia como ya estaba prescripto en la naturaleza del universo.

Así pasa del mundo primitivo a la Edad Media la idea de progreso, transformada por el Cristianismo en un movimiento histórico que aseguraba la felicidad de solo una porción de la humanidad, y no en este mundo, sino en el otro. Recién después de mas de trescientos años--atravesando un periodo de inusitado progreso real sin que fuera reconocido como tal--pudo el mundo occidental cambiar su mentalidad medieval por la mentalidad moderna, con el Renacimiento re-estableciendo la confianza en la razón humana y reconociendo que la existencia en este mundo tenia un valor independiente de los temores o esperanzas de vida después de la muerte.

Pero no fue sino hasta los años finales del Renacimiento que el hombre se vio como arquitecto de su destino afirmado su posición en el universo. “El mundo esta lleno de sabios, maestros, grandes bibliotecas…” escribe Gargantúa a su hijo Pantagruel(1) con un nuevo optimismo renacentista.

De las ideas seminales del Renacimiento evolucionan dos distintivas y radicalmente opuestas ideas de progreso: una con el ideal socialista, y la otra con el ideal liberal.

En el ideario socialista el progreso humano ocurría en un sistema cerrado donde todo esta determinado y el feliz destino final a la vista y al alcance de todos. Allí, el individuo era una pieza mas en una maquina bien lubricada trabajando eficientemente bajo la autoridad del Estado.

En el ideario liberal el hombre progresaba hacia un estado de felicidad con dstino final desconocido, en un ascenso indefinido hacia el futuro, moviéndose a su voluntad y riesgo.

Para el primero el incentivo era la igualdad, para el segundo la libertad.

Ahora, ¿Hemos realmente progresado, o solo hemos estado viviendo una ilusión?

Sigue: Nuestro Progreso Humano--II. El Precio del Progreso.

Friday, January 18, 2008

Deshonestidad por… ¿ignorancia, estupidez, impotencia o designio?

“El lenguaje esconde y a la vez revela el carácter de los hombres.” --Dionisio Catón






En el mundo de habla española le llaman “lenguaje ambiguo, de términos engañosos”; los italianos le conocen como “acrobazie verbali”; en el idioma Inglés es llamado “doublespeak”.

Pero en todos los idiomas, esta expresión describe el uso del lenguaje con intención de engañar.

El lenguaje ambiguo—llamémosle L.A. que suena mejor que “hablar al pedo con intención de engañar”—de uso corriente en discusiones sobre asuntos políticos, económicos y sociales, es particularmente apto para confundir usando palabras grandilocuentes, referencias improbables, insinuaciones infundadas, y construcciones sintácticas absurdas para ofuscar la comprensión del que escucha—o del que lee en nuestro caso.

Todo charlatán fullero conoce bien—y aprovecha bien—la tendencia del individuo ingenuo y conformista a aceptar sin discusión lo que él supone que su inteligencia debería aprehender. Uno de los primeros sketches del programa Candid Camera (creado por Allen Funt en 1947(1) y replicada en español como Cámara Sorpresa), ilustra esta dinámica con un discursante que sin expresar siquiera una sola frase con sentido, encuentra la aprobación y aplausos de parte de la audiencia.

En una no intencionada parodia de esta ya común estratagema de nuestros modernos charlatanes, el popular “rapero” panameño Rodney Clark El Chombo, ilustra graciosamente esta característica de algunos conocidos discursantes internéticos.

http://video.google.com/videoplay?docid=2120659111755287021

En el discurso L.A., las palabras parecen decir algo importante, pero no se sabe lo que “ese algo” es.

El L.A. es una trampa como la del sastre de la fabula “El traje nuevo del emperador”(2). Suena bastante como buen español, y cuenta para consumar su engaño, con la preocupación que tiene el hombre inseguro de que todo el mundo comprenda lo que se le escapa a él.

Este tipo de declaraciones sin sentido carecen de la sustancia argumental con la que se pueda consentir o disentir. Desde el punto de vista lógico son simples falacias— Ignoratio elenchi; Non sequitur; o Defensa Chewbacca para los entusiastas de la serie animada South Park—que destruyen la validez de cualquier argumento, ya que sus premisas son imposibles de confirmar o desvirtuar. ¿Quién puede—por ejemplo—ofrecer un argumento válido contra un supuesto mandato divino?

La falacia Ignoratio elenchi se comete cuando un razonamiento que se supone dirigido a establecer una conclusión particular es usado para probar una conclusión diferente.

Por ejemplo: Si en un juicio, el fiscal trata de probar la culpabilidad del acusado de asesinato de un niño, pero no a través de pruebas, sino tratando de explicar lo horrible de la muerte de un hijo. De esta manera se tratara de despertar un estado emocional en el jurado, para que se lo culpe por el horror del crimen, y no por si es realmente culpable.

Frente a estos seudo-argumentos uno se enfrenta con el dilema—si es que uno decide responderlo—de considerarlo deshonesto por ignorancia, estupidez, impotencia o designio, porque no existe ninguna otra posibilidad.

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(1) Actualmente parte de los archivos del Departamento de Psicología de Cornell University.

(2) El Traje Nuevo del Emperador. Por Hans Christian Andersen

Hace de esto muchos años, había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.

No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.

La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.

— ¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.

Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.

«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».

El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.

Los dos fulleros le rogaron que se acercase le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».

— ¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.

— ¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.

— Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a su bolsillo, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.

Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.

— ¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.

«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.

— ¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.

Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.

— ¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos - y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.

«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».

— ¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.

Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: - ¡oh, qué bonito! -, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela, en la procesión que debía celebrarse próximamente. - ¡Es preciosa, elegantísima, estupenda! - corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.

El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bellacos para que se la prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: - ¡Por fin, el vestido está listo!

Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:

— Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. - Aquí tenéis el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.

— ¡Sí! - asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.

— ¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestiros el nuevo delante del espejo?

Quitóse el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.

— ¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso! - El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.

— Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volvióse una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.

Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decían: — ¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!-. Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.

— ¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño. - ¡Dios bendito, escuchad la voz de la inocencia! - dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

—¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!

—¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero. Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.

Saturday, January 12, 2008

Detrás de cada odio una envidia



El hombre es odiado al ser percibido como malo; y es envidiado al ser percibido como feliz.

–Plutarco. Odio y Envidia; Obras Morales y de Costumbres.


El odio y la envidia—observó el antiguo historiador-filósofo griego—son pasiones tan similares entre si, que a menudo son confundidas la una con la otra, aunque, como mas tarde afirmara Tomas Aquinas, el mas maligno de los sentimientos no es el odio, sino la envidia que lo alimenta: “envidia est mater odii, primo ad proximum”.

¿Quién no ha sentido alguna vez cierta molestia o desasosiego por el éxito, el confort o la serenidad de otras personas? ¿Quién no ha sentido cierto malestar alguna vez al ver lo que otras personas consiguen, disfrutan, o expresan? Eso es sufrir de envidia, una obsesión que impide sentir alegría y mostrar satisfacción por los éxitos y el bienestar ajenos.

Llevada a su estado patológico, la envidia se convierte en una explosiva mixtura de emociones, catalizada por la concientización de alguna carencia propia, resultado de la comparación desfavorable del propio ser con los demás, sus éxitos, sus reputaciones, sus cualidades, sus posesiones, sus suertes, o sus estilos de vida. La envidia es desdicha y humillación; una furia impotente y tortuosa, que se desliza hacia ninguna parte.

Todos los esfuerzos del envidioso para liberarse de su auto-impuesto purgatorio lo conducen a menudo a atacar a la persona u objeto que percibe como la causa de su frustración. Fue la envidia lo que impulsó a Caín a matar a su hermano; y a la Reina a envenenar a Blancanieves.

“El envidioso no puede emprender o atender sus propios asuntos porque su mirada está puesta en compararse con otro a quien secretamente considera dichoso.”—escribe la licenciada en Psicología Iris Pugliese. “Y como supone que éste está gozando injustamente de una mejor situación, siente que el otro es quien lo priva de lo deseado. En tal circunstancia sufre y odia a la vez al supuesto competidor; pierde su creatividad y su impulso para emprender cambios personales que le posibilitarían el acceso al anhelado éxito o felicidad”.

Todos alguna vez habrán observado personas con sentimientos de envidia, eso que los alemanes llaman “futterneid”, como habrán también reconocido esa inclinación primal a disfrutar por la desgracia ajena—el “schadenfreude”—es el “futterneid” alimentando al “schadenfreude” en un vicioso círculo sin fin.

El periódico Der Sturmer de Julius Streicher--famoso por sus tiras cómicas mostrando judíos como seres infrahumanos—en una edición de 1934, elogia al Ministro de Cultura Nazi por destituir maestros judíos de las escuelas alemanas. Streicher fue juzgado en Nuremberg por crímenes contra la humanidad, condenado a muerte. Fue colgado en 1946.


Tal vez no fuera coincidencia que los alemanes tengan tantas palabras para describir las mas mezquinas emociones humanas, ya que el lenguaje refleja siempre las ansiedades ocultas del que lo usa. (Nótese el extraordinario número de sinónimos de “tonto” y Empobrecida y dividida, Alemania era el terreno ideal para albergar resentimientos y envidia contra sus vecinos, al verse rezagados en el proceso de unificación e industrialización. Pero esta nota no es sobre Alemania, sino sobre la envidia, ese sentimiento que Tomas Aquinas definió como la “tristeza por el bienestar de otros”. O, en las palabras de Jeremy Bentham, “La envidia y los celos no son vicios, sino penas”, señalando que siempre sufre más el envidioso que el envidiado.

El envidioso es una persona de alguna manera próxima al provocador de su padecimiento, es decir, próxima en espacio, condición, o relación. No se puede envidiar a un Bill Gates, pero sí al carnicero del barrio que está prosperando. Y si el carnicero fuera victima de un atentado terrorista o accidente, se consolará pensando que ahora podrá andar mas satisfecho por la vida. La gran desigualdad le provoca admiración, mientras que la pequeña desigualdad le provoca envidia y odio.

Como casi nunca el envidioso puede destruir a la persona o al objeto envidiado, y, además, no puede soportar la idea de que le sobrevivan las personas afortunadas, dirige contra sí mismo la otra parte de ese odio agresivo: no sólo quiere destruir al otro, sino destruirse a sí mismo; el envidioso es un ser autodestructivo cuyo lema pareciera ser “¡prefiero morirme antes que verte feliz!”. Es de esa fibra masoquista que nace la expresión “se muere de envidia”.

Con su conocida precisión, los griegos representaban la envidia con la imagen de Hidra, una mujer con la cabeza erizada de serpientes y la mirada torcida y sombría. Su extraña mirada, sobre el fondo cetrino de su rostro, tiene su explicación fisiológica, pues en el acto de envidiar el cuerpo sufre una acción cardiovascular constrictiva que produce lesiones viscerales microscópicas, dificultando la irrigación sanguínea normal, lo que da el sentido a la conocida expresión popular “Esta verde de envidia”. La cabeza coronada de serpientes era símbolo de la perversidad de sus ideas; en cada mano llevaba un reptil: uno que inoculaba el veneno a la gente; el otro mordiéndose la cola, simbolizando con ello el daño que el envidioso se hace a sí mismo.

Cuando el ser atrapado por la envidia y el odio fracasa en encontrar el camino de su liberación, inevitablemente será su reptil extensión el instrumento de su oscuro final. Porque a través de la historia, a través de creencias, mitos y realidades, siempre la virtud se elevó sobre el vivio humano, como los descendientes de Caín sobre su padre; como Ariel sobre Calibán.

Ilustración:
La muerte de Abel, Gustave Doré


Wednesday, January 9, 2008

“y fui en busca de un hombre sabio..."

El Mapamundi Hereford muestra la visión medieval de un mundo plano. Hereford Catedral.

“ y fui en busca de un hombre sabio...

“y fui en busca de un hombre sabio, primero entre los políticos; después entre los filósofos; y lo que encontré fue que tenia una ventaja sobre ellos, porque yo no tenia presunción de lo que sabia. (…) los artesanos tenían, si, algunos conocimientos reales; pero también creían saber sobre cosas que estaban mas allá y por encima de ellos (…) esta búsqueda me trajo muchos enemigos y trajo muchos odios…”—Sócrates.

Al comienzo de su carrera después de la exitosa presentación de la serie televisiva “Raíces”, el conocido actor/director LeVar Burton tomó la causa de una población africana en Guyana que desde el siglo XVII vivía aislada de las sociedades modernas. Estos descendientes de esclavos negros que pudieron escapar el destino establecido por sus traficantes, conocidos como “Maroons” (Cimarrón en español), habían logrado sobrevivir por siglos en la semi-impenetrable jungla Guyanesa, conservando fielmente sus tradiciones africanas y evitando el contacto con el mundo “civilizado” que pretendía disponer de sus destinos.

Aunque el heroísmo de estas comunidades en desafiar la autoridad blanca—como prueba viviente de una consciencia de esclavo que se resiste a ser manipulado por como es “definido” por el hombre blanco—merece una narración aparte y ser conocida por todos, esta no es una historia sobre ellos, sino sobre un muy común aspecto de la ignorancia, y su otra forma: el conocimiento pretendido.

La libertad que el prolongado aislamiento había dado a los Maroons no fue gratuito y sin consecuencias, enfermedades, merma en recursos naturales de alimentación y estancamiento amenazaban la continuidad de su existencia, y LeVar Burton decidió ayudarlos.

El mismo LeVar narra su emotiva experiencia de los primeros encuentros, entre los que una anécdota en particular fue la inspiración para esta nota.

El extraordinario arribo del moderno y civilizado negro afro-americano LeVar conmocionó la comunidad Maroon, que no descansaba en su interrogatorio sobre el pueblo, las costumbres y la geografía del lugar de donde él provenía, que en ese momento era la ciudad de Chicago. Un punto sumamente problemático—cuenta LeVar—fue la descripción del invierno en su ciudad: la nieve, y el agua helada en ríos y lagos.

Fue en este punto que su credibilidad se vio en peligro, ya que estas inocentes criaturas no podían asimilar algo tan extraño y tan incompatible con sus experiencias como el agua cristalizado por el frío.

Naturalmente, los ancianos de la tribu con toda su sabiduría tejieron cuanta especulación les era posible para tratar de comprender, no como el agua podía solidificarse, sino porque este supuesto e inesperado benefactor con su mismo color de piel intentaba engañarlos con el cuento del agua "dura".

Eventualmente, con fotografías y con verdaderos trozos de hielo, LeVar pudo convencer a sus protegidos de la veracidad de sus descripciones e intenciones.

A través del tiempo yo he escuchado y leído una infinidad de explicaciones para justificar la resistencia a evidencias fácticas y al razonamiento crítico; yo me he encontrado con un profetizado hombre gris, el 3ª Caballero, pronósticos de revoluciones en gestación, verdades por revelaciones introspectivas, pseudo-científicos, erróneas-bien intencionadas formulaciones karmáticas, y hasta últimamente en su último bastión, la Fe.

La reacción de los ancianos Maroons—como las de los actuales pseudos-científicos “resistidores”—frente a lo desconocido tiene un nombre: Disonancia cognoscitiva.

Quedar atrapado en las tinieblas de disonancias cognoscitivas es excusable en personas incomunicadas con el mundo en evolución y fuera del alcance de información; pero completamente inexcusable en individuos y sociedades que gozan de libertades y acceso total a los beneficios de la educación y el flujo constante y actualizado de información.

Estudiando este fenómeno, León Festinger explica la “teoría de disonancia cognoscitiva” en su libro “Cuando Fallan las Profecías” (1956). Festinger escribe:

“Un hombre bajo una convicción es difícil de cambiar. Dígale que usted difiere de él y le dará la espalda. Muéstrele los hechos o evidencias y él cuestionará sus fuentes. Apele entonces a la lógica y él no verá su punto.

“Nosotros todos hemos experimentado la futilidad de intentar cambiar una fuerte convicción, sobre todo si la persona convencida tiene algunas inversiones en su creencia. Nosotros estamos familiarizados con la diversidad de ingeniosas defensas con que las personas protegen sus convicciones, tratando de mantenerlas indemne a través de los ataques mas devastadores.”

“Pero el recurso del hombre va más allá que proteger simplemente una creencia. ¿Suponga que un individuo cree algo con todo su corazón; suponga aun más allá, que él tiene un compromiso con esta creencia, que él ya ha tomado acciones que son irrevocables debido a esta; finalmente, suponga que a él se le presenta evidencia, evidencia que es inequívoca e innegable, de que su creencia está equivocada: ¿Qué pasará? El individuo frecuentemente emergerá, no sólo inalterado, pero aun más convencido de la verdad en sus creencias de lo que antes estaba. De hecho, él puede mostrar un nuevo fervor e incluso tratando de convencer y convertir a las otras personas sobre este punto de vista.”

Para nada placentera, la disonancia cognoscitiva es la ansiedad que se produce cuando aparecen evidencias contrarias a lo que se cree, lo que se decide, o lo que se hace.

La gente generalmente, tiende a reaccionar inconscientemente para reducir tal disonancia buscando recuperar su equilibrio. Investigaciones recientes demuestran que la disonancia puede ser un obstáculo serio para tomar decisiones correctas, ya que se produce un mecanismo curioso: el que la padece se aferra a su primera decisión y elude, minimiza o manipula todo lo que la niega, para reducir el conflicto interno y su disonancia. ¿No han visto ustedes con cuanto ardor se resiste a las evidencias lógicas e históricas?

En “Porque Fracasan los Ejecutivos Inteligentes”, Sydney Finkelstein describe los “negocios zombies”, esas empresas que fracasan porque sistemáticamente evitar asimilar toda información que contradiga su visión de la realidad.

Así es como individuos, organizaciones, y hasta naciones enteras, encuentran gratificaciones ilusorias y temporarias.

El mecanismo de escape tiene también un nombre: “disponibilidad heurística” —un sesgo de apreciación con el que se confunde una probabilidad con lo imaginable—que tiende a reducir la probabilidad relativa del riesgo de lo que no se quiere considerar.

Yo imagino la frustración de LeVar frente a la resistencia de quienes eligió para compartir su buena fortuna y sus experiencias; y al tiempo que admiro su tolerante persistencia, no puedo dejar de sentir algo de pena por quienes teniendo las ventajas ausentes en tan remotas y apartadas tierras, deciden permanecer hamacándose en la conformidad de su ignorancia enmascarada con una delgada pretensión de sabiduría.

Tuesday, January 8, 2008

Lecciones del Enemigo

Lecciones del Enemigo

No. No es de MI enemigo… Es del enemigo por muchos percibido.

Cuando se habla del “enemigo”, lo que se tiene en mente es la gente que nos disgusta, o la gente que directamente no gusta de nosotros, aquellos que por obvias, y a veces ocultas razones, todo lo que dicen y hacen es para nuestro perjuicio.

En esta tan incompatible relación, ¿hay algo que se pueda aprender del enemigo?

Una de las primeras reacciones que uno escucha es “¡Por cierto! Se aprende lo que NO SE DEBE HACER”.

No hay ninguna objeción a esta respuesta. Pero la realidad es que con demasiada frecuencia, uno solamente refleja con injustificada convicción, lo que creemos nuestro (percibido) enemigo intenta hacer con nosotros.

Ramses aplastando a sus enemigos.

¿Dónde Esta Mi Enemigo?

Desde una habitación contigua a la de los chicos que se entretenían mirando el filme “Enemigo Mío”, yo espiaba intermitentemente el desarrollo del drama mientras atendía a mis invitados.

El tema del filme—musicalizado por Maurice Jarre--quedó rondando mis pensamientos hasta que volví a quedar solo, y en esa sucesión de asociaciones que a veces ocurre, recordé otro filme con la misma trama: “Infierno en el Pacifico”, en el que dos enemigos abandonados en una isla deshabitada del Pacifico, deben aceptar sus diferencias y trabajar juntos para sobrevivir, a pesar que sus países estaban en guerra.

Las repetidas denostaciones a Estados Unidos y a la filosofía “laissez faire” capitalista que se supone en las actitudes de su pueblo y las acciones de su gobierno (debo aclarar que esta no es una nota con argumentos para desvirtuarlas) se sumó a la cadena de asociaciones, arrastrando con ellas el extraordinario fenómeno de la actual campaña electoral en este país mientras sostiene una guerra impopular e injustificada.

¿Había al fin llegado ese día que nunca llegaría? Un negro ganó por primera vez en la historia un importante arranque inicial en las primarias y se sitúa, también por primera vez, como el más serio candidato a convertirse en el próximo presidente de EE UU. "En este decisivo momento de nuestra historia", declaró Barak Obama a sus seguidores, "ustedes han permitido que ocurra lo que los cínicos aseguraban que jamás ocurriría en este país".

Pero lo más importante parece ser lo poco que han influenciado las alianzas políticas, la riqueza, la raza, el sexo o la religión en este resurgimiento del civismo juvenil que llevo a este hombre hasta donde hoy se encuentra. Este es un movimiento surgido casi espontáneamente desde la base, sin conexión con grupos de interés--ni líderes negros ni organizaciones feministas ni grupos ecologistas ni alguna otra cosa que se parezca a las estructuras tradicionales de poder de izquierda o de derecha--empujado por un ejército de jóvenes voluntarios y activistas neófitos y sin afiliación política.

Porque para que esto pudiera ocurrir, para que casi un desconocido, hijo de un africano, salido de los barrios pobres de Chicago, para que triunfase en un Estado con mas del 90% de población blanca, tuvo que registrarse una arrolladora congregación de votantes jóvenes e independientes, imbuidos con una pasión desconocida en la política desde John Kennedy, y confirmar el deseo masivo de renovación de los votantes norteamericanos.

"Hemos escogido la esperanza frente al miedo” declaró Obama a su audiencia, esperando que al final de este día, los ciudadanos de New Hampshire se lo confirmen.

No importa ya—al menos para quien escribe esta nota—si Barak Obama gana finalmente la carrera a la presidencia de Estados Unidos, la lección ha sida ya dada, no por este extraordinario candidato, sino por la juventud norteamericana empujada por un nuevo aliento después de ocho años de George Bush, reclamando para la presidencia norteamericana un nuevo rostro que envíe al mundo y a sus propios compatriotas un nuevo mensaje de optimismo.

“O Gran Espíritu cuya voz me llega con los vientos, acudo a ti como una de tus muchas criaturas. Necesito de tu fortaleza y tu sabiduría. Hazme fuerte, no para ser superior a mi hermano, sino para vencer a mi mas peligroso enemigo, yo mismo.”

--Chief Dan George, My Corazon Vuela.

Thursday, January 3, 2008

Cuídate del hombre que ha leído un solo libro.



…"hominem unius libri timeo"— así advierte Tomas Aquinas sobre quienes perciben la vida con la singular y única perspectiva que poseen—aquellos que encuentran la explicación final de nuestra existencia en un solo libro, una sola doctrina, un solo credo. Aquinas se refería desdeñosamente al hombre cuyo horizonte intelectual estaba limitado por la lectura de un solo libro.

La Internet—como en mucho menor escala los libros, periódicos, revistas y otros medios de comunicación—esta poblada con lunáticos enarbolando el “Único Libro-Teoría Verdadera con Todas las Respuestas” a los problemas y desafíos de la vida. Ellos se despachan tratando de imponer su versión de la verdad etiquetando todas las otras unas veces como heréticas, otras como fascistas, comunistas, fanáticas, racistas y cualquier otra clasificación apropiada para la ocasión.

Pero el mundo es un poco mas complejo que blanco y negro; el mundo y la gente evoluciona, cambia, se diversifica, muchas veces de forma impredecible. Si los hechos observables se muestran inconsistentes con su teoría, el lunático simplemente distorsiona los hechos.

Claro que hay que cuidarse, estos son individuos que si se les permite acceso al cualquier nivel de poder, pueden arruinar las vidas de millones sin tener un solo espasmo de consciencia.

No solo por ser “de un solo libro” este hombre es peligroso, es aun mas peligroso por su interpretación única y personal de ese único “libro”. Él esta convencido no solamente de tener una verdad, el esta absolutamente convencido de tener TODA LA VERDAD. El resto del mundo no está capacitado para aprehenderla.

Yo conozco uno de tales individuos, totalmente convencido de haber descubierto mediante su investigación el misterio de la vida y el camino a la prosperidad “escritos en las ramas del árbol invertido—en un lenguaje que no puede ser traducido a lengua viva alguna”. Esta creencia es, por supuesto, una imbecilidad, pero ofrecerla como una teoría singular y única que lo explica todo, nuestra evolución, nuestra historia, nuestras luchas, triunfos y fracasos y el portal para un futuro de harmónica prosperidad, es mas que imbecilidad, es una de las imbecilidades mas peligrosas que uno pudiera adoptar.

En contraste con el bloguero Fuad Al-Farhan, muchos de nosotros tenemos la fortuna de vivir en sociedades con un suficiente grado de democracia como para no temer ser encarcelados—o peor—por expresar lo que creemos. Y aunque ocasionalmente podamos desviarnos del ideal democrático con políticas desafortunadas, siempre volvemos de una forma u otra, a nuestro cauce, en un escenario donde ninguna doctrina es única y permanente, donde ningún libro, agenda o acto de fe puede ser mantenida sin desafíos hasta el final de los tiempos.

Esta es nuestra suerte que nuestra organización social permite compartir con el lunático de un solo libro. Compartir, naturalmente, no significa abandonarse.