Saturday, January 12, 2008

Detrás de cada odio una envidia



El hombre es odiado al ser percibido como malo; y es envidiado al ser percibido como feliz.

–Plutarco. Odio y Envidia; Obras Morales y de Costumbres.


El odio y la envidia—observó el antiguo historiador-filósofo griego—son pasiones tan similares entre si, que a menudo son confundidas la una con la otra, aunque, como mas tarde afirmara Tomas Aquinas, el mas maligno de los sentimientos no es el odio, sino la envidia que lo alimenta: “envidia est mater odii, primo ad proximum”.

¿Quién no ha sentido alguna vez cierta molestia o desasosiego por el éxito, el confort o la serenidad de otras personas? ¿Quién no ha sentido cierto malestar alguna vez al ver lo que otras personas consiguen, disfrutan, o expresan? Eso es sufrir de envidia, una obsesión que impide sentir alegría y mostrar satisfacción por los éxitos y el bienestar ajenos.

Llevada a su estado patológico, la envidia se convierte en una explosiva mixtura de emociones, catalizada por la concientización de alguna carencia propia, resultado de la comparación desfavorable del propio ser con los demás, sus éxitos, sus reputaciones, sus cualidades, sus posesiones, sus suertes, o sus estilos de vida. La envidia es desdicha y humillación; una furia impotente y tortuosa, que se desliza hacia ninguna parte.

Todos los esfuerzos del envidioso para liberarse de su auto-impuesto purgatorio lo conducen a menudo a atacar a la persona u objeto que percibe como la causa de su frustración. Fue la envidia lo que impulsó a Caín a matar a su hermano; y a la Reina a envenenar a Blancanieves.

“El envidioso no puede emprender o atender sus propios asuntos porque su mirada está puesta en compararse con otro a quien secretamente considera dichoso.”—escribe la licenciada en Psicología Iris Pugliese. “Y como supone que éste está gozando injustamente de una mejor situación, siente que el otro es quien lo priva de lo deseado. En tal circunstancia sufre y odia a la vez al supuesto competidor; pierde su creatividad y su impulso para emprender cambios personales que le posibilitarían el acceso al anhelado éxito o felicidad”.

Todos alguna vez habrán observado personas con sentimientos de envidia, eso que los alemanes llaman “futterneid”, como habrán también reconocido esa inclinación primal a disfrutar por la desgracia ajena—el “schadenfreude”—es el “futterneid” alimentando al “schadenfreude” en un vicioso círculo sin fin.

El periódico Der Sturmer de Julius Streicher--famoso por sus tiras cómicas mostrando judíos como seres infrahumanos—en una edición de 1934, elogia al Ministro de Cultura Nazi por destituir maestros judíos de las escuelas alemanas. Streicher fue juzgado en Nuremberg por crímenes contra la humanidad, condenado a muerte. Fue colgado en 1946.


Tal vez no fuera coincidencia que los alemanes tengan tantas palabras para describir las mas mezquinas emociones humanas, ya que el lenguaje refleja siempre las ansiedades ocultas del que lo usa. (Nótese el extraordinario número de sinónimos de “tonto” y Empobrecida y dividida, Alemania era el terreno ideal para albergar resentimientos y envidia contra sus vecinos, al verse rezagados en el proceso de unificación e industrialización. Pero esta nota no es sobre Alemania, sino sobre la envidia, ese sentimiento que Tomas Aquinas definió como la “tristeza por el bienestar de otros”. O, en las palabras de Jeremy Bentham, “La envidia y los celos no son vicios, sino penas”, señalando que siempre sufre más el envidioso que el envidiado.

El envidioso es una persona de alguna manera próxima al provocador de su padecimiento, es decir, próxima en espacio, condición, o relación. No se puede envidiar a un Bill Gates, pero sí al carnicero del barrio que está prosperando. Y si el carnicero fuera victima de un atentado terrorista o accidente, se consolará pensando que ahora podrá andar mas satisfecho por la vida. La gran desigualdad le provoca admiración, mientras que la pequeña desigualdad le provoca envidia y odio.

Como casi nunca el envidioso puede destruir a la persona o al objeto envidiado, y, además, no puede soportar la idea de que le sobrevivan las personas afortunadas, dirige contra sí mismo la otra parte de ese odio agresivo: no sólo quiere destruir al otro, sino destruirse a sí mismo; el envidioso es un ser autodestructivo cuyo lema pareciera ser “¡prefiero morirme antes que verte feliz!”. Es de esa fibra masoquista que nace la expresión “se muere de envidia”.

Con su conocida precisión, los griegos representaban la envidia con la imagen de Hidra, una mujer con la cabeza erizada de serpientes y la mirada torcida y sombría. Su extraña mirada, sobre el fondo cetrino de su rostro, tiene su explicación fisiológica, pues en el acto de envidiar el cuerpo sufre una acción cardiovascular constrictiva que produce lesiones viscerales microscópicas, dificultando la irrigación sanguínea normal, lo que da el sentido a la conocida expresión popular “Esta verde de envidia”. La cabeza coronada de serpientes era símbolo de la perversidad de sus ideas; en cada mano llevaba un reptil: uno que inoculaba el veneno a la gente; el otro mordiéndose la cola, simbolizando con ello el daño que el envidioso se hace a sí mismo.

Cuando el ser atrapado por la envidia y el odio fracasa en encontrar el camino de su liberación, inevitablemente será su reptil extensión el instrumento de su oscuro final. Porque a través de la historia, a través de creencias, mitos y realidades, siempre la virtud se elevó sobre el vivio humano, como los descendientes de Caín sobre su padre; como Ariel sobre Calibán.

Ilustración:
La muerte de Abel, Gustave Doré


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